“Y la flor se abrió hermosamente” –Así podría empezar una novela, que relate en retrospectiva las vivencias, aventuras y desventuras de dos personas que se amaron inmensamente, y se remonte a sus ancestros en un pasado que se dibuja en blanco y negro, que poco a poco va quedando difuso en la frágil memoria que no dejó testimonios precisos en letras legibles por estos ojos mortales.
Estas semanas han sido difíciles, me han llenado de contrastes y muchas cosas. Como le comenté a un tío –que me dijo que pensaba que yo estaba en la playa–, mi mami tuvo la gentileza de esperar que yo volviera (cuando al irme tenía esa incertidumbre acerca de si algo sucedería en esos días). Las últimas semanas, digo, me han permitido reflexionar, por ejemplo, sobre las personas que realmente están a tu lado, quienes te dan un mensaje al pasar, quienes siguen de largo y quienes regresan a brindarte un trozo de su corazón. Quienes están siempre y quienes regresan al menos un momento, frente a la circunstancia especial… y se valora aquello.
Hoy se cierra un capítulo, duro pero necesario. Cuando empecé a hablar luego de la misa del sepelio de mi madre, no estaba seguro de qué decir; tanto más, cuando necesariamente se vincula también con el fallecimiento de mi padre hace dos meses; lo que dije en ese entonces, se quedó corto –estoy claro en eso–, y tampoco iba a decir lo mismo, a pesar de que nuevamente me quedé corto –también eso está claro–. Ahora puedo condensar algunas ideas que quedaron en ambos días (ya de manera más consciente). Tenía –como de hecho les dije– unas cuantas ideas base, que ahora descubro que las dejé de lado y me orienté hacia algo diferente, más espontáneo, aunque desorganizado, y lastimosamente sin un cierre –que ahora me brinda esta posibilidad–.
La primera idea –que sí recogí–, es que, de manera inevitable, como un atardecer, como la caída del sol, se acercaba el final de la vida de mi madre. Podíamos prepararnos, aunque no sabemos cómo hacerlo, y de todas formas llega el momento y debemos afrontarlo. Luego, había una idea que no la expresé, pero ahora puedo transmitirla con cierto coraje y humildad, como una súplica al creador: ninguna persona debería agonizar. Una aspiración difícil, que no pretende revelarse contra la voluntad de Dios, a quien rezamos que sea la suya y no la nuestra. Pero como pedido, es válido.
Volqué el enfoque hacia una segunda idea que sí estuvo en mi intención: agradecer a quienes nos acompañaron y a quienes de diferentes maneras nos manifestaron su solidaridad. Idea que estaba unida a que somos la suma de innumerables partículas, desde la biología que determina que somos producto de una parte de padre y madre, transmitiéndonos virtudes y defectos, que los agradecemos también. Precisamente tenía delante la rosa que el sacerdote utilizó para esparcir el agua bendita; era una rosa blanca que estuvo en el altar desde antes de iniciarse la ceremonia, que se conforma con una multiplicidad de pétalos mantenidos densamente concentrados en torno a un núcleo.
Se añade que, cada uno de quienes nos acompañaron, forman parte de nosotros; nos brindan algo de sí y nos alimentan. Principio filosófico que, si me permiten el atrevimiento, ya ensayé hace muchos años en un breve cuento que había titulado “esencia”, según el cual, nos alimentamos de todos aquellos con quienes interactuamos de manera trascendente, con quienes hemos compartido una manzana (simbólica o materialmente); o, parafraseando la canción de Lennon & McCartney, hay lugares y personas que todavía puedo recordar, que en mi vida he amado (ver In my life).
Cuando nos separamos del cuerpo físico, el espíritu retorna al universo en partículas que igualmente se congregan en el infinito, en una dimensión que nos resulta difícil de comprender porque está más allá de lo físico.
Mi madre tuvo algunos aspectos que la marcaron definitivamente. Uno de ellos fue su familia y, sobre todo, haber sido hija de un artista, lo cual también ha determinado nuestra sensibilidad. Así como ella fue siempre sensible a la belleza de un atardecer, de un paisaje, de las plantas y los animales. Siempre le gustaron las flores y particularmente las rosas; y, además, las rosas blancas con especial preferencia. Cabe acotar –para comprensión del lector y nota informativa para quienes no lo sabían–, siempre ofrendaba flores blancas en la tumba de su hija fallecida. Si bien he venido fotografiando flores desde tiempo atrás, por el mero gusto de admirarlas, estoy seguro que en adelante notaré la presencia del espíritu de mi madre en muchas de ellas.
Antes, la enfermedad y muerte de su padre –mi abuelo–, sin duda la marcó en relieve. Más tarde, otro hito que la marcó fue el fallecimiento de mi hermana Susy; hecho que, sin duda, también nos afectó a todos de diversas maneras. Y, lo dije, para mí significó perder también a mi madre en cierta medida, porque conservó perpetuamente un luto, que para nosotros era difícil de asimilar. Como dijo el sacerdote en la ceremonia, en realidad con la muerte de quienes amamos, se va también una parte de nosotros; en ese caso, en adición a mi hermana, también se fue una parte de mi madre. Esas partículas irremplazables que han formado también lo que somos.
Ya en estas semanas recientes se hizo evidente, para nosotros, que la muerte de mi padre también la marcaron; tanto, que varias veces me repetía: se fue mi vida, a quien más quería. Le fue muy difícil aceptarlo. Personalmente, guardo la hipótesis de que mi padre se adelantó a preparar el camino, la esperaba y la vino a llamar pronto; más allá de lo previsible del final.
Dejé de lado dos ideas, que en ese momento se me ocultaron de la retina. Hay una visión que yo considero pesimista, respecto a que el día que nacemos, en realidad inicia nuestro camino a la muerte. Así como hay quienes dicen que el cumpleaños no es un año más de vida, sino un año menos de los que nos quedan por vivir. La verdad es que ambas cosas guardan algo inobjetable.
La otra idea surge de una frase que recuerdo de una película: mucha gente muere sin saber si en realidad ha vivido (de hecho no sé a quién se la atribuye). En el caso de mi madre, ella supo que vivió y, lastimosamente, también lo conoció en función de sufrimientos; pero sería totalmente injusto definirla solo desde ese enfoque. Sabemos, eso sí, que el paso de la vida a la eternidad significó también el terminar con su dolor, malestares y sufrimiento; ahora descansa y todo aquello ya no está más.
No obstante, el día de ayer me permitió procesar varios comentarios respecto de la lucha de mi madre, que por muchos años se enfocó en la mala práctica médica y los derechos de los pacientes; me sentí orgulloso de saber que algunas personas guardan el recuerdo de una mujer valiente, luchadora, persistente, que en esa parte dejó también una marca.
Al final, el sacerdote tomó la rosa blanca que estaba cerrada y, luego de bendecir el agua, con ella la esparció sobre el féretro –como es la costumbre católica–. Fue inevitable percatarnos, y el Padre sorprendido también se fijó, cómo esa rosa ya no estaba igual, sus pétalos se abrieron y formaban un conjunto de otra dimensión, mostrando a plenitud una rosa que se abrió hermosamente. Gracias, madre mía, porque tu espíritu se manifestó para nosotros de esa manera tan especial.
Omar Albán Cornejo
01/08/2023
Intensas y profundas palabras. Carmen fue un dolor, pero sobre todo un ejemplo.
ResponderEliminarPrecioso mensaje Omar.
ResponderEliminarLa vida es un corto caminar por nuestro universo .
Siempre recordaré a mis tíos y a mis prima.
Que Bismarck y Carmita ,descansen en paz y caminen juntos por el eterno infinito.
Que hermosas palabras Omar, de una manera muy poética se lo que ha pasado contigo y tus padres, gracias por compartir.
ResponderEliminarQue hermosas palabras, amigo te acompaño a la distancia, el recuerdo es lo que nos dejan, sus enseñanzas y su vida extendida en la nuestra y as us vez en la de nuestros hijos , ellos solo dejaron la ropita densa de esta existencia y se nos adelantan como siempre en esas tantas cosas que hacen los padres, siempre en vanguardia.
ResponderEliminarOmar, sabes que la vida sigue aquí; pero la verdadera vida está en el más allá. Aquí tan solo aprendemos: nos enamoramos, sufrimos y hacemos poemas. Ella escucha consciente lo que escribes y siente que valió la pena vivir.
ResponderEliminarQuerido Omarcito. Te abrazo fuerte en estos momentos…no supe de la partida de tu mami. Se que eso que perdemos cuando los padres y madres se van…no se puede explicar ni se puede recomponer…solo el paso del tiempo nos obliga en algún modo a tratar de aceptar. Nuevamente mi muy sentido pésame!
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