Vivimos en un mundo muy competitivo. Quizá demasiado. Tal
vez por eso creemos que era lo mejor tener Contralor
100 puntos …y ya ven (guiño). Si hay exámenes rigurosos para los
postulantes a determinadas dignidades, parece que nos decepciona que sus
calificaciones no sean perfectas, y creemos que a lo mejor hay otros que
podrían ser superiores (pero no sabemos dónde están, o de pronto buscaríamos la
raza superior), o que alguien se “quedaría de año” –como veía en Twitter–, o
conflictúa que alguien se beneficie de un punto extra por acción afirmativa.
Pero no es de eso de lo que voy a hablar, solo que la coyuntura nos da pautas.
Relaciono apología con el concepto jurídico. En mis
palabras lo describo como predicar en positivo de algo que está proscrito, o
que parece estarlo (por hoy, disculpen los más académicos). No se puede
festejar un delito, ni promoverlo. Estoy de acuerdo, y por eso advierto: esto
no es apología.
Vengo con este tema en mente desde hace meses. Me
impresionó lo que compartió en una red social un buen amigo. Se trataba de
varias imágenes con comentarios orientados a derribar determinados paradigmas o
desmentir dichos, como “lo que fácil llega, fácil se va”; y así, hablaba de los
recientes millonarios del mundo, que habían obtenido su fortuna en diez años o
menos (cuando antes podía tomar 20 o 30 años). No me pareció una lección óptima
para los niños. La que más me afectó fue respecto de la conocida frase: “lo
importante no es ganar, sino competir”; el comentario textualmente decía (solo
omito alguna oración para no extenderlo demasiado):
“Esta
frase sólo posiciona en la mente de los niños que no es importante ganar,
siendo que lo es todo. Hacemos esto para bajarles la frustración, pero les
activamos la mediocridad. (…) La vida no es para los participantes, sino para
los ganadores.”
No me imagino enseñando a mis hijos que ganar lo es todo.
Después degeneraría en: “hay que ganar a como de lugar”, y quién sabe en qué
más. O, los que pierden no merecen vivir (como los gladiadores). ¡Tremendo!
Las estructuras mentales están orientadas, cada vez con
mayor ímpetu, a generar sujetos excesivamente competitivos; luego,
irrespetuosos, arrogantes, poco humildes, nada solidarios. El éxito es
prevalecer por sobre el otro; lastimosamente a veces pisoteando a los demás, o
denigrando. Y lo peor, cuando la política nos presenta escenas condenables
como: quítate tú para ponerme yo.
Piensen en el siguiente ejemplo: en las carreteras o
hasta en las calles de nuestras ciudades, hay individuos que no pueden estar
atrás (no importa si hay autos en fila, si se aproximan a una curva, etc.).
Personas que se creen con derecho a que el de adelante les abra paso (solo
porque ellos están ahí y “hacen luces”), o que tienen la prerrogativa de exigir
que el otro contravenga el límite de velocidad que ellos sí están dispuestos a
hacerlo, y parece que lo otro es de pendejos (alguien puede decidir –a su
riesgo– infringir una norma, pero no
puede obligar a que otro lo haga); o muestran su irrespeto para los demás que
sí hacen fila junto al parterre para girar, cuando pasan por el costado y se
creen con derecho de pasar por delante de los demás en doble fila. A veces, ir
detrás también es una muestra de respeto. Ganar, no lo es todo.
Paradójicamente, los entrenadores, instructores y guías (coach en el lenguaje del milenio),
insisten en el trabajo en equipo. Mas, puede ocurrir que el equipo empieza a
deslucir cuando alguien quiere sobresalir o prevalecer, o cuando sólo se fincan
esperanzas en la figura; o porque
todo el mundo quiere ser el número uno. Hasta el último mundial de fútbol nos
dejaba una lección entre líneas: quizá ya no es tiempo de las estrellas o
individualismos (por allí se quedaron los equipos de Leo Messi, Cristiano
Ronaldo, Neymar).
No obstante, hay que rescatar un concepto que parece
inmutable, se requiere liderzago. Hay diferentes tipos de liderazgo, se habla
de uno colectivo y también se habla del liderazgo negativo. Es muy interesante.
Pero, ¿liderazgo sólo se encuentra en el primero, en el más exitoso, en el que
está delante, en “el más vivo”? En ese punto vienen a mi mente las imágenes de
una competencia atlética, en la que un individuo (no recuerdo si era chica) se
detiene para apoyar al competidor caído o que no podía más, y llegaron juntos(as).
¡Carajo, esa debería ser la verdadera lección que enseñen en toda escuela!
Hoy les invito a pensar que en cada competencia deportiva
solo hay un campeón (por excepción hay empate, pero la medalla olímpica, por
ejemplo, la obtiene uno(a) y son muchos los que compiten; hay cientos de grandes
atletas de supremo mérito que han dado lo mejor de sí, y sin duda lo han
demostrado para llegar a un evento de ese tipo. Pocos cientos tienen ese
privilegio. Y decir “cientos”, en un mundo de miles de millones de individuos,
es decir muy pocos.
La Biblia en algunos pasajes se refiere a los
primogénitos (solo es un dato, tampoco lo vamos a convertir en un tema
religioso). Sin embargo, reflexionemos que en cada familia solo hay un
primogénito. En las charlas de motivación, por su parte, se citan casi por cliché
más o menos los mismos ejemplos: que Stephen Hawking, Steve Jobs, Alberto
Einstein, Teresa de Calcuta, Gandhi. Pensemos en Ecuador, ¿cuántos Luis Noboa
Naranjo han existido? ¿Cuántos Jefferson Pérez? Evidentemente que uno solo.
Varios de ellos son ejemplos de personas que padecieron dificultades y se
superaron, llegaron a ser los mejores en su campo; pero pocas veces nos dicen:
fueron únicos. Recuerden: en cada innovación, existe un solo pionero. ¿Eso
significa que los demás son perdedores? No, definitivamente NO.
El tema, entonces, es que no todo sujeto puede ser Steve
Jobs o Jefferson Pérez. Diferente es que haya un potencial o virtualidad
hipotética, que llegará a verificarse en uno por cada X millones. El discurso,
por tanto, debería enfocarse en el esfuerzo, en la superación y no en la
obsesión del ejemplo único, que de hecho es excepcional.
Luego, el afán pernicioso de querer ser el mejor, el
primero, puede ser lo que provoque frustración, sobre todo a los niños o
jóvenes en formación. Un gran atleta puede vivir toda su vida obteniendo el segundo
lugar en competencias de élite. ¿Es que aquello es malo? ¡De ninguna manera!
Son tan buenos y exitosos como los primeros.
Tampoco vamos a festejar como campeón al que llegó
tercero entre tres. Después todos quieren ser candidato a Alcalde (guiño).
Parece, entonces, que el mundo califica de perdedores a
todos los que no sean la excepción. Eso resulta absurdo. Todos quieren ser
jefes y nadie quiere ser subalterno. Pero ¿el mundo puede vivir sin
subalternos? Desde luego que no. Deben educarnos para aceptar las alternativas,
para que se formen con excelencia también los subalternos. Muchas grandes
figuras de la historia se formaron como segundos, y solo eso les permitió, en
determinadas circunstancias, llegar a ser primeros.
Para que haya un primero, debe haber un segundo. ¿Se
imaginarían la música si solo se reconociera a los Beatles y no a los Rolling
Stones? (guiño, no se enojarán).
Me parece de lo más injusto que se diga que el segundo es el primer perdedor. A ese
nivel llega el discurso competitivo y puede generar más frustración que mérito.
Como somos duales, tampoco vamos a justificar los
desvíos, pues en el discurso decimos a los niños que lo importante es
participar, pero luego están los papás peleando en la escuela por la décima de
punto que su hijo(a) “merecía” y lo colocaría encima del otro, y en ese
contexto, a veces resulta perdedor el niño cuyos padres no hicieron lobby. ¿Así enseñamos justicia, equidad?
En un ambiente de aberración, ya no nos sorprende saber
de funcionarios públicos, de elección popular o no, que apuran sus
articulaciones para obtener desmesurados beneficios, haya o no mérito de por
medio en la gestión, y quizá con el errado concepto de que la primera señal de
éxito es ser millonario, y en la práctica con ese criterio de que ganar lo es
todo.
Reivindico a los segundos, al pelotón, al equipo, a los
honestos, a los que trabajan toda su vida y no tienen como único objetivo
ponerse por encima de los demás, o ser millonarios y mientras más pronto, mejor.
Omar Albán Cornejo
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