viernes, 2 de noviembre de 2012

LIMITE DE VELOCIDAD

Iba por la Eloy, cuando un típico cagón empezó a hacer luces y pegarse atrás más de lo razonable. Si lo hacen una vez, es correcto prestar atención, pues puede tratarse de una verdadera emergencia o un llamado de atención –quizá uno está haciendo algo incorrecto, como cambiarse de carril sin ver, sin medir tiempo y distancia–. Entonces vi el velocímetro y comprobé que estaba yendo casi a 70, además los vehículos que tenía alrededor avanzaban aproximadamente al mismo ritmo; es decir, realmente no estaba yendo lento. Desde luego, muchos apuraditos piensan que el de adelante va ‘despacio’ solo por fastidiarlos, y ese no era el caso.
Estaba por encima del exceso moderado de velocidad! Para vehículos livianos dentro de la ciudad, en Ecuador se fijó el límite en 50 km/hora y sobrepasarlo ya constituye exceso de velocidad; calificado de moderado hasta los 60 km/hora, es sancionado con multa, y el exceso a partir de allí es sancionado con multa y prisión de tres días, además de reducción de puntos en la licencia de conducir. En las vías perimetrales el límite es 90 km/hora y en carreteras 100 km/hora; además hay límites también para curvas en carretera y otros para buses, camiones y en general transporte pesado.
Reduje levemente la velocidad –entonces sí a propósito– y el tipo aquél, con la característica actitud prepotente de esa clase de apurados, se cambió de carril violentamente; el auto que iba delante continuó y yo igual mantuve mi marcha. El sujeto, con arrebato de fuga, iba dispuesto a rebasar por la derecha, cuando el destino –que así funciona muchas veces–, hizo que un auto que salía del lado derecho se colocara justo en el carril del medio y aquel tipo tuvo que frenar de todas formas. 
Estos límites han sido polémicos, pues mucha gente considera que es muy poco 50 km/hora, a pesar de que, siendo sinceros,  al menos en Quito –y me imagino que lo mismo ocurre en las grandes ciudades–, generalmente nos vemos atrapados en una fuerte congestión que no permite siquiera mantener una velocidad promedio de 50 km/hora. Es posible que justamente los intervalos entre un atolladero y otro nos conduzcan a acelerar más cuando la vía se presenta un poco despejada.
Esa tarde, el apurado quedó un poco atrás y luego rebasó también al del carril del medio por la derecha. Más adelante estaba ya en el carril izquierdo y tuvo que parar igual en el semáforo; yo tomé el carril del medio y resulté detenido justamente a su lado. No podía ese sujeto desaprovechar la ocasión para manifestar su disgusto, por lo que bajé la ventana sin alterarme, y sin fijarme en su diatriba le pregunté si conocía el límite de velocidad. Era claro que no le importaba.
Es un grave problema que seamos tan indisciplinados; decirlo hasta parece un “lugar común”, porque lo reconocemos e igual no hacemos nada por corregirlo. Pero me parece aún más grave que, individuos así, no solo que manifiestan abiertamente su irrespeto hacia toda norma y hacia los demás, sino que encima se creen con el derecho de obligar a que los otros también violen prohibiciones, límites, normas, respeto…
Haciendo una evaluación, debo decir que en mi último viaje fuera de la ciudad, comprobé que es confortable y seguro mantenerse por debajo del límite de 100 km/hora; no es demasiado reducido. Debo decir con preocupación que parece que ya no hacen controles en las vías perimetrales, como son las que unen Quito con sus valles –por las que esporádicamente he transitado en estos meses–; bueno, tampoco dentro de la ciudad, y como somos, la “amenaza” nos dura poco. Pero hacia los valles es donde abundan los exagerados y prepotentes –que coincidencialmente suelen conducir grandes vehículos todo terreno y se los identifica también porque suelen ir con las luces encendidas aunque sea de día y en otros autos con los espaldares recostados, que también es una acción peligrosa–.
Por último, estoy convencido de que los 50 km/hora –que puede parecer poco–, consigue que estemos pendientes de no pasar de 60. Nuestra idiosincrasia funciona así, por lo que si el límite fuera 60 –como algunos han propuesto–, con seguridad nos cuidaríamos de los 70. Aunque lastimosamente haya muchos que sigan haciendo lo que les da la gana, y para comprobarlo basta hacer un ejercicio: vaya usted a una velocidad regular de 50 km/hora en un lugar que lo permita, y empiece a contar los autos que lo pasan o reciba con cariño las delicias de la sal quiteña que le ‘pasarán diciendo’.
Omar Albán Cornejo

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