martes, 18 de diciembre de 2012

COMO UN SUEÑO

Este texto fue creado muchos años atrás y, en su versión revisada, se publicó en junio de 1996 en el número 9 de la revista Horizonte Universitario del Nuevo Acuerdo Estudiantil, en la Facultad de Jurisprudencia de la PUCE. Para mi sigue siendo actual y un homenaje renovado este 18 de diciembre, después de 25 años.



COMO UN SUEÑO

Hay un momento –sin lugar–, en que los sentimientos y pasiones, la historia y la realidad se confunden; que no es un sueño y quisiéramos fuera un cuento.


En la niñez, los adultos parecen un modelo constante; con el paso del tiempo el criterio cambia, pero hay personas que no se olvidan. De esos años se recuerdan detalles que impresionan y hechos que modifican nuestra existencia.


Susy era muy especial. Siempre ocupada en algo, leía mucho, escribía; la recuerdo haciendo del arte su compañía predilecta, dedicada a la pintura, la música, la poesía. Aún no puedo descifrar algunos de sus pensamientos, que de pronto impactaban. Hacía infinidad de cosas: postres, adornos, miniaturas…


Tenía siempre una mirada y una sonrisa que brindar. Su mirada profunda, sincera, tierna; una sonrisa delicada, apenas dibujada: misteriosa. Su mirada y su sonrisa, aunque alegres, guardaban un toque de tristeza inexplicable.


Era ocho años mayor, sin embargo teníamos mucho en común, hacíamos infinidad de cosas juntos, nos ayudábamos y brindábamos mutua compañía sin necesidad de utilizar palabras huecas o trilladas.


Ella me enseñó a convertir el frío papel de partituras en cálidas melodías –nunca fui en esto su mejor alumno, pero tal vez sí el único–; con ella jugaba de niño, oía música, nadaba… Hace tanto tiempo, pero no puedo olvidarla.


Entre todo lo que me enseñó, recuerdo especialmente una canción que en una parte decía:


pero un día, seducida por el aire,

de la mano de la noche se marchó




Yo no entendí, quizá ella lo sabía, tal vez lo presentía…


que será de aquella piel de miel,


que será de su mirada,


que será cuando el otoño cruel


le madure y marchite su piel.


Hace varios años, junto con la vida de aquel día, la suya terminó… nunca más la vería; su mirada, su sonrisa, todo lo que ella era para mí, al comienzo de ese día dejó de existir.


Prefiero no recordar. Fue un paro cardíaco, según los médicos; sería tal vez ese medicamento contraindicado, ordenado por un seudo-profesional, obnubilado por la emoción de la Navidad? …de esa Navidad que ella nunca vivió!!  Acaso un pequeño descuido en el que se decía el “más moderno y mejor hospital del Ecuador, uno de los mejores de Sudamérica” … Ja!!


Si alguien cree en la Justicia –como yo– seguro comprende que no puedo aceptar que todo acabó… al menos no así; no mientras el responsable –quizá no doloso, pero sí negligente: el resultado es el mismo–, vista de blanco y se ría de una legislación obsoleta… y escupa con indolencia su irresponsabilidad sobre una tumba.


Lo cierto es que Susy ya no está. Me quedan los hermosos recuerdos de quien compartió conmigo doce de sus veinte años; de mi mejor amiga: mi hermana.


Hay un espacio –sin tiempo–, que seguirá vacío, y en él solo parece estar suspendida una gran interrogante, como en un sueño, queriendo ser un cuento.


Omar Albán Cornejo

viernes, 2 de noviembre de 2012

LIMITE DE VELOCIDAD

Iba por la Eloy, cuando un típico cagón empezó a hacer luces y pegarse atrás más de lo razonable. Si lo hacen una vez, es correcto prestar atención, pues puede tratarse de una verdadera emergencia o un llamado de atención –quizá uno está haciendo algo incorrecto, como cambiarse de carril sin ver, sin medir tiempo y distancia–. Entonces vi el velocímetro y comprobé que estaba yendo casi a 70, además los vehículos que tenía alrededor avanzaban aproximadamente al mismo ritmo; es decir, realmente no estaba yendo lento. Desde luego, muchos apuraditos piensan que el de adelante va ‘despacio’ solo por fastidiarlos, y ese no era el caso.
Estaba por encima del exceso moderado de velocidad! Para vehículos livianos dentro de la ciudad, en Ecuador se fijó el límite en 50 km/hora y sobrepasarlo ya constituye exceso de velocidad; calificado de moderado hasta los 60 km/hora, es sancionado con multa, y el exceso a partir de allí es sancionado con multa y prisión de tres días, además de reducción de puntos en la licencia de conducir. En las vías perimetrales el límite es 90 km/hora y en carreteras 100 km/hora; además hay límites también para curvas en carretera y otros para buses, camiones y en general transporte pesado.
Reduje levemente la velocidad –entonces sí a propósito– y el tipo aquél, con la característica actitud prepotente de esa clase de apurados, se cambió de carril violentamente; el auto que iba delante continuó y yo igual mantuve mi marcha. El sujeto, con arrebato de fuga, iba dispuesto a rebasar por la derecha, cuando el destino –que así funciona muchas veces–, hizo que un auto que salía del lado derecho se colocara justo en el carril del medio y aquel tipo tuvo que frenar de todas formas. 
Estos límites han sido polémicos, pues mucha gente considera que es muy poco 50 km/hora, a pesar de que, siendo sinceros,  al menos en Quito –y me imagino que lo mismo ocurre en las grandes ciudades–, generalmente nos vemos atrapados en una fuerte congestión que no permite siquiera mantener una velocidad promedio de 50 km/hora. Es posible que justamente los intervalos entre un atolladero y otro nos conduzcan a acelerar más cuando la vía se presenta un poco despejada.
Esa tarde, el apurado quedó un poco atrás y luego rebasó también al del carril del medio por la derecha. Más adelante estaba ya en el carril izquierdo y tuvo que parar igual en el semáforo; yo tomé el carril del medio y resulté detenido justamente a su lado. No podía ese sujeto desaprovechar la ocasión para manifestar su disgusto, por lo que bajé la ventana sin alterarme, y sin fijarme en su diatriba le pregunté si conocía el límite de velocidad. Era claro que no le importaba.
Es un grave problema que seamos tan indisciplinados; decirlo hasta parece un “lugar común”, porque lo reconocemos e igual no hacemos nada por corregirlo. Pero me parece aún más grave que, individuos así, no solo que manifiestan abiertamente su irrespeto hacia toda norma y hacia los demás, sino que encima se creen con el derecho de obligar a que los otros también violen prohibiciones, límites, normas, respeto…
Haciendo una evaluación, debo decir que en mi último viaje fuera de la ciudad, comprobé que es confortable y seguro mantenerse por debajo del límite de 100 km/hora; no es demasiado reducido. Debo decir con preocupación que parece que ya no hacen controles en las vías perimetrales, como son las que unen Quito con sus valles –por las que esporádicamente he transitado en estos meses–; bueno, tampoco dentro de la ciudad, y como somos, la “amenaza” nos dura poco. Pero hacia los valles es donde abundan los exagerados y prepotentes –que coincidencialmente suelen conducir grandes vehículos todo terreno y se los identifica también porque suelen ir con las luces encendidas aunque sea de día y en otros autos con los espaldares recostados, que también es una acción peligrosa–.
Por último, estoy convencido de que los 50 km/hora –que puede parecer poco–, consigue que estemos pendientes de no pasar de 60. Nuestra idiosincrasia funciona así, por lo que si el límite fuera 60 –como algunos han propuesto–, con seguridad nos cuidaríamos de los 70. Aunque lastimosamente haya muchos que sigan haciendo lo que les da la gana, y para comprobarlo basta hacer un ejercicio: vaya usted a una velocidad regular de 50 km/hora en un lugar que lo permita, y empiece a contar los autos que lo pasan o reciba con cariño las delicias de la sal quiteña que le ‘pasarán diciendo’.
Omar Albán Cornejo

sábado, 25 de agosto de 2012

EL ARBOL DE CAPULI

En la esquina nor-oriental de la casa de mis padres, desde que tuve uso de razón, había un hermoso árbol de capulí. Digo en la esquina de la casa, porque textualmente es así, no en la esquina del jardín –que tal vez es lo que se imaginan–, sino justo al lado de la pequeña vereda que rodeaba el contorno de la casa.

Ese árbol estuvo allí durante toda mi infancia y me brindó oportunidades de jugar y compartir con mis hermanos. Servía, además, para subir a la terraza, pues cuando la casa tenía una sola planta no había escaleras para llegar allí. El camino era trepar al árbol y alcanzar por sus ramas el filo de la loza.

El recuerdo más antiguo de haber subido a esa magnífica altura, para mis pequeños años, fue para ver pasar el féretro del entonces Presidente Roldós y su cortejo, que seguramente llegó a Quito por la base aérea, un poco más al norte, y salió por la avenida de la Prensa con dirección al sur, pues me imagino que hubo una capilla ardiente al mayor nivel para despedir al primer mandatario fallecido trágicamente en un accidente aéreo –el único con ese destino desde que nací–. En esa época no comprendí con tanta trascendencia, cuando la noticia se transmitió como flash de última hora, interrumpiendo la transmisión, mientras estábamos con la familia en casa de unos amigos de mis padres, que nos invitaron a cosechar choclos; eso lo recuerdo clarísimo, como una foto instantánea que se guardara a mano para no olvidarla. Igual de fija, tengo la imagen de la bandera sobre el ataúd que pasó por delante de la casa. También recuerdo haber subido con mis hermanos para observar la inmensa humareda negra al final de la pista de aterrizaje, cuando cayó el avión de Aeca, que fue otro hecho histórico grabado de esa forma en mi memoria.

Había muchas otras plantas y árboles en el patio de la casa, pero éste era único y el eje de atención; al menos esa era mi percepción. Solía trepar por sus ramas para comer capulíes, acabados de cosechar directamente de los racimos generosos que nos brindaba, eran frutas dulces y grandes; como esos capulíes no los he vuelto a probar en varias décadas.

Según la historia, ese árbol creció desde una pepita que mi hermana plantó en su niñez. Aquello podría ser un dato anecdótico entre muchos recuerdos revueltos en mi memoria, mas para mí es relevante. Cuando mis padres levantaron el segundo piso de la casa, aquél árbol había fortalecido tanto sus raíces, que éstas empezaron a levantar la vereda del contorno, y como estaba demasiado cerca de la casa, tuvimos que dejarlo ir… justo en la época en que tuvimos que despedirnos también de mi hermana.

Resultó extrañamente importante para mí, un buen día hace ya un tiempo, después de algún sueño que en realidad no recuerdo, la sensación intensa de tener que visitar el cementerio –¡vaya capricho del destino!, que hasta podría parecer tétrico–. Pensé no poner atención en eso, sin embargo, varios días después todavía me inquietaba. La verdad era que hace muchos meses no había ido. Un día a la hora de almuerzo, fui. Habían cambiado varias cosas en el cementerio, entre ellas el parqueadero habilitado estaba en la parte norte y por tanto había que recorrer un buen trecho casi hasta el extremo sur, al punto que dudé acerca del camino correcto para llegar.

Cuando me iba acercando, me estremeció un repentino reconocimiento y varias lágrimas brotaron espontáneamente; enseguida tuve certeza de por qué debía visitar el cementerio, al estar frente a la tumba de Susy. Allí estaba, en la parte derecha, un hermoso árbol que brindaba sombra sobre el césped y las plantas amorosamente cultivadas por mis padres sobre la tumba de mi hermana y se alzaba alegre varios metros. Es, desde luego, un árbol de capulí.

Omar Albán Cornejo

lunes, 13 de agosto de 2012

FELIZ DIA DEL ZURDO!

Vaya coincidencia, me acabo de enterar que dizque ha habido un día del zurdo, y es hoy! La coincidencia es que es cumpleaños de Fidel Castro.

El mundo sigue girando y todo va cambiando, pero hay personajes a quienes la historia absolvió y han marcado hitos tan profundos, que a muchos duelen...

sábado, 11 de agosto de 2012

ME CANSE DE LAS FIRMAS!

ACTUALIDAD NACIONAL
Corría el año 12 del siglo XXI en el País de Manuelito, cuando saltó –como suele ocurrir periódicamente por estos lares–, un nuevo escándalo. De pronto yo me doy cuenta que empezó  el día siguiente al 10 de agosto y no escuché ni por casualidad el Informe a la Nación, ni segmentos ni comentarios… y realmente no me preocupa (que no es lo mismo que ‘no me importa’).
Volvamos al escándalo. Entre quienes han apoyado la conformación de Movimientos políticos y los que se adhieren a constituir un Partido, hay una cantidad de firmas que, se dice, no corresponden. Hago la distinción, porque los Movimientos solamente debían llenar unos formularios, que según se ha explicado, tienen tres columnas: nombre, número de cédula y firma, con un encabezado –claro– y al pie los datos de un responsable que ha recabado esas firmas; los Partidos, en cambio, debían presentar fichas de afiliación, que entiendo tienen más datos y hasta la huella digital del individuo.
Hay que ver un poco más atrás. De repente se produjo en la política un quiebre brusco e inesperado, pues los ecuatorianos al parecer desatamos nuestra ira contra la llamada ‘partidocracia’; quisimos algo diferente y exigimos una renovación (“que se vayan todos”, gritaban en un momento dado). Excepto lo último digo en plural y me incluyo, porque la democracia se supone que nos obliga a allanarnos a lo que la mayoría decide. Irrumpe en el escenario un personaje que canaliza el derrumbe de la referida partidocracia …y además se beneficia de ese hecho, claramente. En poco tiempo es evidente que los Partidos tradicionales han captado porcentajes menores de la votación o incluso da la impresión de que desaparecen. Comentaba con unos amigos hace poco, que hay que reconocer que al menos dos generaciones de políticos maduros, aquellos que en su momento dominaron el panorama y superaban las cinco décadas de edad, ya no tienen cabida.
La nueva Constitución exige que se reinscriban los Movimientos y Partidos Políticos; borra y va de nuevo. Se pusieron reglas para el proceso y se llevó adelante. Para todo esto, hay una nueva forma de designar a los Vocales del órgano electoral –el Consejo Nacional Electoral–, que antes tenía un representante de cada uno de los partidos que mayor votación habían captado (me parece que 7), pero ahora se supone que es un concurso el que sirve para su designación y hay una pesada sombra de cuestionamientos sobre la independencia de los actuales Vocales, después de la transición. Y hay quienes no podían desaprovechar una situación como la que comento, para recordarnos que al menos antes los Vocales provenían de diferente tendencia y ahora –dicen– responden a un solo criterio. Yo me pregunto, en cambio, si es que no pudo haber pasado lo mismo con cualesquiera otros vocales.
Presentadas las firmas, muchas son anuladas; en unos casos debido a que la misma persona ha apoyado la conformación de otra organización; en otros casos, porque la firma no coincide. Por este hecho, algunos grupos no llegan al número de firmas requeridas y empiezan las quejas. Luego, resulta que en la radio escucho varias entrevistas –generalmente a los mismos que van rotando de una a otra, hoy aquí, mañana allá–, en las que los promotores de diferentes movimientos afirman: el colmo es que sus propios nombres no aparecen conformando su organización o, peor aún, constan como adheridos a otro Movimiento o Partido. Se comenta y se denuncia, como si no fuera algo casi obvio, que hay empresas o ‘consultores’ que ofrecieron firmas para las nuevas organizaciones, pero no se dice si es que ofrecían el servicio de recabar esas firmas a nombre de un tercero o si es que vendían paquetes prefabricados; pero a la hora de la hora, todos se rasgan las vestiduras y resulta que nadie llegó a contratar con ellos y nadie sabe, tampoco, quienes son.
Para rematar, la gente puede acceder al sitio web del CNE y rápidamente llueven denuncias acerca de que su nombre consta como adherente a una organización, cuando no han firmado para ninguna o lo hicieron para una diferente. Yo también lo revisé y, gracias a Dios, no consto en ninguna. Pienso que haber permitido esta revisión ha sido positivo y ha llamado a la gente a ser participativa y no solo espectador; no obstante, tengo la sensación de que hay quieres hubieran preferido que el CNE no abra esta opción, con lo que habrían dejado oculta una irregularidad.
Se anunció que se revisaría por muestreo un número de firmas para constatar en qué porcentajes hay ‘inconsistencias’. Luego, el reclamo viene de quienes afirman que se dará un tratamiento discriminatorio, porque a los Movimientos o Partidos aprobados solo les revisarán al azar, mientras que a las organizaciones que aún esperaban en el proceso, les amenazaron revisar en su totalidad. Empieza la revisión y el material para la polémica es abundante: cómo contratan al personal para esta labor; gente que con dos horas de capacitación haría las veces de peritos grafólogos (no creo que esa sea la situación, pero así se está diciendo); admiten veedores de las organizaciones, pero en diferentes momentos solo uno por cada veinte computadores en los que se hace el trabajo, luego uno por cada diez, después uno por cada cinco… Estos pelearían firma por firma y también cuestionarían al verdadero grafólogo de la Fiscalía, que debía pasar de un computador a otro y tener una voz más autorizada para dictaminar si una firma es o no es la de la persona. No faltan quienes quieren seguir el proceso de cerca, mientras que otros dicen que no lo harán porque significaría validar lo que se estaba haciendo.
Más tarde se anuncia que, entonces, se revisará el 100% de firmas. Pero como nada nos satisface, también a esto se oponen las propias organizaciones. ¿Es que no nos gusta la transparencia?
Y más tarde empieza la competencia –como factor de distracción dirían los estrategas–, acerca de qué organización tiene el menor porcentaje de firmas con problemas. Curiosamente, parece que ninguna se salva… Otros sostienen, sin reconocer que el problema de origen son las firmas, que es solo un pretexto del Régimen para no inscribir a contendores electorales o descalificar a los que tendrían mejores posibilidades; ya dejan sembrada la duda.
Surgen otros cuestionamientos, como que el sistema informático produjo los problemas; hipótesis que no comparto porque las firmas son o no son verdaderas, y eso es un hecho dado, anterior e independiente del software aplicado. Sin embargo, en una parte creo que es probable que el sistema genere errores, pues me parece que las tablas que conforman las bases de datos (no soy informático, pero algo he llegado a entender), podrían haberse relacionado con una organización diferente a la que corresponde. Creo que eso puede explicar que los promotores no aparezcan en la suya o que las personas resulten apoyando una organización diferente. Pero esto no sería suficiente para explicar el problema más grueso. Lo que sí tengo claro, como me decía un Ingeniero en Sistemas con quien colaboré cercanamente por motivos de trabajo, el software hace lo que le pedimos; entonces, claro, hay que ver cómo y quién manipuló determinado sistema. Por lo pronto, se admite que para la revisión de las firmas se había fijado un porcentaje de coincidencia de solo el 40% para validar la firma; si luego quien revisa es un humano y no el computador, claramente aún la persona que no es grafólogo encontrará parecido suficiente o no (la labor del grafólogo es mucho más profunda, cuando los rasgos generales pueden parecerse en un primer vistazo).
Más grave me parece el problema de con qué se comparan las firmas. Lo lógico sería que se compare con la firma de la cédula o la que reposa en el Registro Civil; extrañamente creo entender que se ha dicho que la comparación es con la firma del padrón electoral, aquél que uno firma enseguida de votar y que, en esta parte apoyo totalmente a quienes lo sostienen, en él uno difícilmente consigna su firma fidedigna.
Para terminar, debo volver al motivo real del escándalo, ya que he descrito cómo algunos han tratado de enfocarse en hechos secundarios, y en culpar a otros, o a un objeto, como es el software. Si es que hay firmas falsas, puede haber una negligencia del CNE en el proceso de calificación, es cierto. Sin embargo, en cuanto al delito se refiere, éste no fue cometido por los vocales del órgano electoral (el CNE recibió las firmas de manos de los promotores), sino por quienes llenaron formularios o fichas de afiliación. Pero, claro, solo las personas naturales pueden ser sujeto activo del delito, de manera que los Movimientos y Partidos conservarían inmaculada su imagen. Alguien ya dijo que, además, hay prejudicialidad, porque en un juicio civil debería establecerse si la firma no es verdadera, para luego iniciar una acción penal; pero por cada firma debería haber ese juicio civil, y se trata de varios miles. Escuché, también, a alguno de aquellos políticos exculpar desde ya a posibles responsables, porque explicaba que si bien los formularios tienen una firma de responsabilidad, muchas veces esa firma y datos, también han sido falsos…
¿Será que en breve volveremos a escuchar el grito “que se vayan todos”? En lo personal, ya me cansé de las firmas.
Omar Albán Cornejo

viernes, 10 de agosto de 2012

POR QUE ZURDO?

De plano no es una posición ideológica… aunque la política nunca me ha sido ajena. Sin embargo, posiblemente esta situación de los hemisferios cerebrales también influye; pero el ser zurdo no es una decisión. Pensar que hasta hace pocos años forzaban a los zurdos a dejar su ‘mal hábito’ de utilizar la mano izquierda… qué barbaridad!
Paradójicamente, según dicen, la prevalencia del hemisferio cerebral es justamente la opuesta y resulta que en los zurdos el lado derecho es el más utilizado, y viceversa. Silvio creo que dijo: “si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo”.
Recuerdo al curita español, que en el Colegio varias veces me miraba profundamente y en tono sereno –pero al mismo tiempo inquisidor–, me decía con su dialecto de español tradicional “eres rebelde”. Me daba algo de risa, porque no era de aquellos indisciplinados, de cabello largo o irrespetuosos con profesores y compañeros… digo, aquellos típicos que yo no entendía por qué permanecían en el colegio año tras año, si todos sabíamos que eran unos patanzuelos. En cambio, lo que sí hice fue defender, en términos formales al menos y hasta donde se permitía opinar, a mis compañeros que siempre creí tenían el derecho de elegir llevar un arete en la oreja, o pantalones rotos a propósito, o un corte de cabello más largo –cuando absurdamente no les permitían participar en el juramento de la bandera–, y es que me parecía lo más natural que haya respeto a la individualidad, pues lo que está fuera del ‘estándar’ no significa que está mal. Curiosamente, no recuerdo la posición de mis compañeros cuando se censuró aquel artículo mío publicado en la cartelera, que me puso al borde de la expulsión… nuevamente por expresar lo que opinaba, y que no era lo que todos ‘debían’ creer.
Es curioso como a través de los años siempre he sentido que no pienso como los demás, y posiblemente tampoco actúo bajo el concepto que para los otros es ‘lo normal’; no hablo de coincidir en todo, que sería un absurdo impensable, sino en ver lo que parece oculto para otros, o el analizar las cosas desde el otro lado de la vereda. A propósito, una escena de la película Diarios de motocicleta me impactó como pocas: estaba aquel argentino, el Che, en un festejo junto a un río o un lago –no estoy seguro–, de pronto se detiene, observa al otro lado, y a pesar de la noche y lo frío del agua –me imagino–, y el asma, decide nadar al frente, a una isla en la que estaban los leprosos. Dejando atrás la comodidad y los placeres, prefirió estar junto a los necesitados. Se me encogió el corazón, porque el mensaje fue clarísimo para mí: ese gran hombre siempre supo de qué lado estar.
También recuerdo como dato anecdótico que al comienzo de la universidad, al hacer los ejercicios de lógica formal, todos procedían fluidamente desde un mismo paradigma, creaban las proposiciones necesarias para acercarse a la solución, mientras que yo partía de los datos existentes para ir encontrando la solución del ejercicio… pues resulta que los demás no entendían por qué no lo hacía como el resto y a la larga no podía trabajar en grupo o estudiar con otros, porque mi procedimiento mental era, sencillamente, ‘diferente’.
Ya más acá, me sorprendió y hasta indignó que al proponer que algo se analice más, que se parta de datos concretos y no solo de la intuición, se consideró que estaba opuesto a determinada decisión. No lo he podido entender: ¿acaso sugerir que se estudien los riesgos, significa no estar de acuerdo? Tampoco he llegado a adaptarme a la idea de ‘lo políticamente correcto’ y dejar de decir ciertas cosas; no sé.
Finalmente, esto de ser zurdo es una curiosa situación. Claro, los pupitres en colegio y universidad tenían respaldo al lado derecho y jamás al izquierdo –creo que ahora ya los hacen en ambas versiones–, la letra siempre empeoraba, sobre todo cuando el espiral obstruía los movimientos al escribir en el anverso de la hoja –aunque se facilitaba en el reverso– y utilizo la tijera con la derecha. Pero a la final, como le contesté a una persona que me preguntaba cómo es eso de ser zurdo, uno se acostumbra porque ha sido así toda la vida!
Omar Albán Cornejo

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