Esa gran obra de José Saramago
empieza por la descripción de un cuadro o un grabado. Una obra de arte, sin
duda. Él describe con detalle las personas que presencian, con sus diferentes
posturas, actitudes y posibles pensamientos, al hombre elevado en la cruz y el
escenario donde están. Desde luego hay una carga importante de subjetividad y
especulación que conducen al autor –sin arruinar la historia a quienes no la han
leído–, a concluir que una de ellas era María Magdalena. No obstante, lo que
deseo resaltar es que el novelista profundiza en un análisis situacional y
llega hasta la psiquis de los individuos.
Lo que ha ocurrido en los últimos
diez años ha terminado por desprestigiar hasta el tuétano al socialismo.
Afortunadamente hay voces calificadas que han desmentido esta pretendida
ideología del siglo XXI, catalogándola más bien como un mero populismo. Yo he
bromeado con amigos, citando a Charly García: “si ellos son la patria, yo soy
extranjero!” (como dice la canción Botas
Locas de Sui Generis - https://www.youtube.com/watch?v=C3SFDiYv9IE).
Quizá no es broma.
Lo he pensado varias veces: que
nosotros hayamos elegido un gobernante en particular, no fue culpa de Fidel.
¡Por Dios! Lastimosamente siempre tendemos a encontrar en otros las culpas y
estigmatizar aquello que aborrecemos.
A diferencia de este relato, en
el Evangelio según Jesucristo Saramago tiene delante una escena probablemente
ficticia, quizá imaginada por un artista que vivió mucho después de los
acontecimientos representados en su pintura. Yo me refiero, en cambio, a una
fotografía que ha circulado alegremente en las redes, con un breve texto al pie
que invita a pensar en esa imagen cuando un “comunista” te hable de derechos
humanos. Además, antepone el calificativo “miserable” a la palabra comunista y
utiliza ésta como un insulto. Esas son cosas de nuestra idiosincrasia, pues
ahora no solo que sería malo sino peligroso que a alguien se le ocurriese
defender los derechos humanos, pues bien podrían aplicarle ambos vocablos y el
estigma consiguiente; y es bien sabido que en otras épocas ha sido igualmente
peligroso, bajo la mirada aterradora de un poder abusivo e intolerante. Del
pasado reciente, para no ir muy lejos, a un amigo de la Universidad –apreciado
por mí–, el entonces Jefe de Estado no tuvo ningún empacho en dedicarle unos
minutos de su alocución del fin de semana.
Debo advertir que en este espacio
no justifico ningún crimen. Lo dejo enérgicamente sentado; y tampoco haré
apología de trafasías de un bando o de otro. Se trata, exclusivamente, de un
ejercicio de interpretar correctamente lo que vemos.
En la fotografía de marras, probablemente
real –por eso decía, a diferencia del cuadro que inspiró a Saramago–, se
observan cuatro personas; todos varones. Varios árboles y matorrales alrededor,
es todo el escenario que se nos presenta. El editor de la fotografía –desconocido
al momento–, ha incorporado flechas y nombres para identificar a los supuestos personajes.
Me permito la referencia a “supuestos”, pues de al menos dos de ellos hay lugar
para la duda. Todos los hombres visten pantalón y camisa, al parecer de tela
gruesa; sí, probablemente trajes de campaña que coincidirían con los usados en el
proceso revolucionario de Cuba antes de 1960.
Casualmente la vestimenta del
primero y del tercero –contados desde la izquierda–, parecen de un color menos
intenso que de los otros dos, o quizá recibieron un impacto diferente de luz en
la fotografía que se nos presenta en blanco y negro. Tres de ellos llevan una
gorra similar en sus cabezas, no así el primero, que aparece prácticamente de
espaldas a la cámara. El tercer hombre tiene los brazos atrás, aparentemente
atado al tronco de un árbol, que el cuarto manipula; y lleva algo que podría
ser un pañuelo en su rostro, justo debajo de la gorra y hasta la barbilla, que
el segundo de los individuos observa con atención y parece manipular (se
observa lo que parece movimiento de su brazo derecho).
Ahora bien, deliberadamente he
dejado hasta este punto tres aspectos cruciales: 1. El título de la imagen
dice: “fotografía de un cobarde asesinato de un pobre campesino cubano”; todo
escrito en mayúsculas. 2. Los nombres que se ha colocado con flechas a tres de
los individuos, de izquierda a derecha, son: primero Che Guevara, segundo Raúl Castro y cuatro
Fidel Castro. 3. Además de señalarlo como Che Guevara, se predica del primer
hombre que se alista para asesinar.
El tema, entonces, es que al
parecer el editor de la fotografía ha pretendido calificar de “miserables
comunistas” a los individuos en referencia, pero al colocar las palabras de
manera inadecuada, en realidad el texto califica así a quienes defiendan los
derechos humanos; lo cual es absolutamente injusto, desde luego. Y señala como asesinos
a los aludidos personajes trascendentales de la revolución cubana (no se trata
de discutir aquí si en algún momento ellos cometieron o no un asesinato). Esa
relevancia no tiene que ver con la posición política o ideológica de quien escribe
o quien lee esto, sino de la intervención de ellos en un capítulo histórico
objetivamente relevante en la segunda mitad del siglo XX.
Luego, da por hecho y lo resalta
con el título en mayúsculas, que la imagen muestra un cobarde asesinato. Pero
no es cualquier asesinato, sino que el editor de la fotografía lo hace aparecer
condenable, porque supuestamente se trataría de un “pobre campesino cubano”.
Pues bien, tal y como quedó indicado, el tercer individuo no tiene la
apariencia de “un pobre campesino”, ya que su vestimenta es del mismo tipo de
la que tienen los otros hombres, esto es, algo parecido a un uniforme de
campaña, y se confirma cuando vemos la gorra que lleva puesta, que claramente no
es la que tendría un trabajador del campo de esa época.
En cuanto al primer individuo
desde la izquierda, se nota que tiene barba (igual que el cuarto, que
efectivamente parece Fidel). Aquí debemos reparar en que muchos de quienes
intervinieron en la revolución cubana se dejaban la barba (los barbudos);
aquello se debe básicamente a las condiciones en las que debían subsistir. Esto
es importante porque al verlo de espaldas, difícilmente podría asegurarse que
se trata del Che, ya que la barba no sería suficiente evidencia, pues bien
podría ser cualquier otro combatiente. No hay insignias u otros indicativos que
puedan guiarnos sobre la identidad del sujeto.
Luego, controvierto la imagen porque
en lo medular se orienta a señalar que mientras Fidel le ata las manos y Raúl
le venda los ojos, el Che se prepara para asesinarlo –de un disparo, debemos
suponer–. Pero un observador medianamente diligente, notará que no hay arma
alguna, como tampoco posición de disparo o distancia de fusilamiento. Como ya
quedó mencionado, tampoco hay elementos para pensar que la “víctima” sería un
pobre campesino.
Más allá del conocimiento básico
de la historia, un lector medianamente informado debe saber que los
combatientes cubanos se enfrentaron a una sangrienta dictadura, que no guardó
ningún tipo de clemencia para los revolucionarios apresados y, peor aún, muchas
veces torturados, cuando no ajusticiados, desde el primer episodio del Cuartel
Moncada, hasta los combates más violentos. En contraste, los rebeldes se empeñaron
por combatir con humanismo y respetar a sus contendores; al menos así lo han
expuesto los que resultaron triunfadores. En todo caso, aún cuando no creamos
esa versión, hemos de recordar que la revolución cubana supuso una guerra y en
ella son inevitables los episodios cruentos, como podríamos predicar de todos
los ejércitos involucrados en la Segunda Guerra Mundial, y lo acabo de leer
respecto de documentos que revelarían órdenes de Bolívar de terminar con dos
mil españoles (https://eldiariodelamarina.com/un-asesino-llamado-simon-bolivar/).
No lo afirmo, por favor, lo cito para revisión del lector.
Voy a ser un poco osado y me tomo
una licencia poética para proponerles como hipótesis que en realidad esa imagen
muestra el momento en que Fidel Castro y otros de sus compañeros rescataban a
un combatiente preso por el ejército de Batista; Fidel desata la cuerda de las
manos, mientras Raúl retira la venda que cubre sus ojos; un tercer combatiente
lo observa apenas a un paso de distancia para ayudarlo en ese momento del
rescate.
Todo esto me conduce a pensar en
la justicia y la injusticia. Resulta particularmente delicado cómo un juzgador
debe ser cuidadoso al percibir la evidencia que tiene delante y los elementos
que pueden contextualizar la situación, más allá de membretes o estigmas.
Quiero, también, llamarles a
reflexionar que repetimos acerca de no creer todo lo que se publica en Internet
o circula por WhatsApp, así como seguro recomendamos a nuestros hijos ser
cuidadosos al respecto; pero, de repente, se nos presenta una imagen como aquella
que describo y no cuestionamos que realmente sea el momento preciso en que un
pobre campesino era asesinado ni más ni menos que por manos del Che Guevara. Pues
bien, en las líneas anteriores les dejo algunos elementos para dudarlo.
Por último, tampoco se debe
juzgar todo lo que supone un individuo por lo que creemos percibir en una
imagen. No necesitamos ser Saramago para hacernos toda una novela, ¿cierto?
Haciendo una analogía, entonces, diremos al editor de la fotografía –o a todo
aquél que sigue haciéndola circular–, que cuando predique de lo maravillosa que
es su madre, le mostraremos la fotografía del instante en que lo castigó.
Omar Albán Cornejo