Tarde de domingo. Me siento en la
sala de mi casa con un acetato de Charly García en el equipo; de aquellas joyas
que rescaté y que nos permiten saborear el “siseo” de los discos de antaño. A
los tiempos que subiré algo a mi blog.
Empiezo a escribir con un poco de
ideas sueltas cogiéndolas por la cuerda, como los globos de helio de los niños;
seguro deben ir conectándose en breve, pero no quiero que se me vuelen. “…Estás
buscando un símbolo de paz…”, dice Charly.
El río fluía y lo observaba poco;
quería poner suficiente atención en las indicaciones de Otto. “Quiénes han
hecho esto antes?”; solo uno levantó la mano. Allí confluyen dos ríos y nos
dirigiremos en esa dirección de allá, señala. “…Es parte de la religión…”,
suena al fondo. Si alguien cae, deben sujetar el remo así, y poner los pies
para adelante, no traten de pisar… esta parte del chaleco los protegerá en la
nuca para permitir que el aire llegue bien a la cara… para sacar a alguien del
agua, lo cogen del chaleco de esta forma… nunca suelten el tigre.
No soy asiduo de los deportes extremos,
pero me atrae el reto. “…Ten piedad, no seas así…”, escucho. Otras veces he
demostrado que, en comparación con mi volumen, mi fuerza es mayor. La
experiencia de ayer me da la razón, los eventos de mi vida confluyeron
extrañamente, sacando lo mejor en momentos difíciles. ¿Cómo una misma cosa
puede significar una experiencia de sufrimiento y de crecimiento a la vez? …y
de espiritualidad. Nadie sabe lo que yo pensaba al abrir los ojos después de
esa dinámica; pero eso fue antes. Siempre subsiste la contradicción de
aceptarte como eres y querer ser diferente; mente sana en cuerpo sano; uno de
los componentes del éxito reposa en la salud. Podemos tener un desbalance que
nos afecta, sin duda.
Estábamos en los botes; son dos
equipos, pero nos dirigimos en la misma dirección; nos golpearán diferentes
olas. Asumí el reto de estar al frente; debemos coordinar los dos de adelante
para remar al mismo tiempo, y los de atrás seguirán nuestro ritmo. No importa
quiénes, circunstancialmente, están en nuestro equipo; como tripulante debo
responder a la altura de los eventos, no es por quedar bien con nadie, es un
compromiso conmigo mismo (repentinamente recuerdo una frase “…nadie va a hacer
tu trabajo”; es claro que no me conocía bien). Al frente hay más emoción, me
alegro de estar en la proa; cogemos las olas y marcamos el ritmo; es difícil
mantener el “uno, dos”, así que empecé a llevar la voz solo con el “dos… dos…
dos”, “al mismo tiempo”, atento a las indicaciones de nuestro guía. Esta
práctica puede enseñarnos más que la teoría.
Íbamos bien, no era necesario
remar todo el tiempo; los más nerviosos se cargaron de adrenalina y todos
impulsamos con mucha emoción (recuerdas, emoción es energía más movimiento). De
hecho no queríamos que acabe. Viene otro rápido y el grito fue “adelante, con
fuerza”; mi concentración era remar y coordinar con mi compañero del lado izquierdo.
El bote se elevó al chocar con una ola; mi compañero perdió su posición y fue
lanzado en el aire, hacia su derecha… justo contra mí. Ahora el bote se inclinó
hacia la derecha y mi espalda se entorna hacia el agua; mi pie se soltó del
puesto. “…Es el rap de las hormigas…”, y los tambores ponen un ritmo frenético.
Todo en cuestión de un instante …y
me dejé caer; no puedo poner resistencia porque el cuerpo de mi compañero me
empujó por el borde; sería peor si nos quedamos enganchados o solo los pies se
quedan dentro del bote. Me aseguro de sostener el remo y siento el agua; ¡está deliciosa
el agua! Casi pudiera invitar que todos vengan.
Miro a mi alrededor y veo una
zapatilla flotando; instintivamente muevo los pies y confirmo que tengo las
mías puestas (que afortunadamente tienen sujeción en los tobillos). Es obvio
que debe ser de la otra persona y rápidamente la agarro con mi mano. Él no estaba
lejos del bote y noté que empezaron a sacarlo. Lancé su zapatilla y alguien del
bote la cogió; por un instante me sentí orgulloso (si la lanzaba lejos, sería
peor y ya no la podríamos coger). Ahora si me concentraré en la posición; pies
adelante y el remo encima. No me di cuenta que una tercera persona también
cayó; luego me lo contaron. “…No voy en tren, voy en avión… no necesito a
nadie, a nadie, alrededor”, dice la canción.
Estoy tranquilo, al fin y al cabo
sé nadar –tal vez están más asustados los de a bordo–; sin caída la emoción no
sería completa. “…Rezo, rezo…”, canta Charly, "...me abracé al dolor…”.
Intento con el remo antes de
alejarme del bote –como nos indicaron–, el tigre hacia adelante y mi compañera
también extiende el remo para engancharlo a su vez con el tigre del suyo; “…y
curé mis heridas y me encendí de amor…”, sigue la canción.
Fracasamos en ese intento, pues
los tigres no engancharon, y la corriente me fue alejando del bote; por un
instante me desorienté y me puse de cara a la corriente, con el consiguiente
sorbo de agua no planificado; siguiendo el juego de la piscina tantas veces
repetido, giré sobre mi eje y nuevamente puse la corriente a mi espalda para
respirar con tranquilidad. En breve escuché la voz del joven en el kayak, “por
acá… atrás”. Giré y pataleando un poco lo alcancé; pude sujetarme a la cuerda
de popa y él me hizo acuerdo, “a patalear”; así lo hice. Intercambiamos unas
pocas palabras, gracias por tu ayuda.
Ahora estamos junto al bote, lo
primero que escucho es la voz de una persona que no estaba en mi equipo: “serás
bienvenido”. En medio de la confusión, no me percaté que era el otro bote.
Extendí el remo que lo tomó una persona del bote, para no perderlo y liberar mis manos. Ahora puedo aferrarme a
la soga del contorno, y observo con cierta comicidad cómo una chica trata de
jalarme hacia adentro. Le recuerdo, “por los hombros, del chaleco”. Con fuerza
me logran subir. Rápidamente tomo una posición, que ahora no es al frente y
también estoy cambiado de lado; ya me había acostumbrado al lado derecho, ahora
estoy al izquierdo. No importa, debemos ser versátiles y adecuarnos a lo que
nos exige la situación. “…No voy a desistir, aunque me digan que ya no hay nada
más…”, escucho.
Por un instante supongo que me
quedaré en este bote, pero se acercan ambos y me proponen una nueva operación:
debo ponerme de pie y pasar a mi bote de origen. Lo hago alegre y sin
inconveniente. Ahora otra persona está en la proa, tomo posición en la segunda
fila, al lado izquierdo, y seguimos. Luego de estas emociones fuimos a la
orilla, donde hay una pequeña playa, y jugamos. Hay un ganador; no. Todos
salimos triunfantes.
En la tarde quien me dijo serás
bienvenido, comenta que casi se sorprendió de percibir que otra persona y yo
somos amigos; y compartiendo unas pocas ideas le digo que debe transmitirle una
lección muy profunda; ojalá a todos. Le comento que sí, que me reencontré con mi amiga, y
espero que sirva de ejemplo para deponer actitudes, superar resentimientos,
retomar el curso normal y que prevalezca ante todo la amistad. Para ello,
claro, hay que poner por delante los principios y los valores, así como para
flotar al caernos en el rafting debemos colocar los pies delante y sujetar el
remo. A veces tenemos que dar la espalda a la corriente para poder respirar. Actuar con transparencia y humildad, dejarse levantar al bote una y otra
vez, y estar dispuestos a retomar posiciones. Puede que estemos en diferentes
equipos en un momento u otro, pero debemos navegar en el mismo río, remar y
tomar las olas con energía. El disco se terminó hace un rato.
Un día intenso y una víctima imprevista: he perdido mi peinilla.
Omar Albán Cornejo