martes, 1 de agosto de 2023

Y LA FLOR SE ABRIÓ HERMOSAMENTE

 

“Y la flor se abrió hermosamente” –Así podría empezar una novela, que relate en retrospectiva las vivencias, aventuras y desventuras de dos personas que se amaron inmensamente, y se remonte a sus ancestros en un pasado que se dibuja en blanco y negro, que poco a poco va quedando difuso en la frágil memoria que no dejó testimonios precisos en letras legibles por estos ojos mortales.

Estas semanas han sido difíciles, me han llenado de contrastes y muchas cosas. Como le comenté a un tío –que me dijo que pensaba que yo estaba en la playa–, mi mami tuvo la gentileza de esperar que yo volviera (cuando al irme tenía esa incertidumbre acerca de si algo sucedería en esos días). Las últimas semanas, digo, me han permitido reflexionar, por ejemplo, sobre las personas que realmente están a tu lado, quienes te dan un mensaje al pasar, quienes siguen de largo y quienes regresan a brindarte un trozo de su corazón. Quienes están siempre y quienes regresan al menos un momento, frente a la circunstancia especial… y se valora aquello.

Hoy se cierra un capítulo, duro pero necesario. Cuando empecé a hablar luego de la misa del sepelio de mi madre, no estaba seguro de qué decir; tanto más, cuando necesariamente se vincula también con el fallecimiento de mi padre hace dos meses; lo que dije en ese entonces, se quedó corto –estoy claro en eso–, y tampoco iba a decir lo mismo, a pesar de que nuevamente me quedé corto –también eso está claro–. Ahora puedo condensar algunas ideas que quedaron en ambos días (ya de manera más consciente). Tenía –como de hecho les dije– unas cuantas ideas base, que ahora descubro que las dejé de lado y me orienté hacia algo diferente, más espontáneo, aunque desorganizado, y lastimosamente sin un cierre –que ahora me brinda esta posibilidad–.

La primera idea –que sí recogí–, es que, de manera inevitable, como un atardecer, como la caída del sol, se acercaba el final de la vida de mi madre. Podíamos prepararnos, aunque no sabemos cómo hacerlo, y de todas formas llega el momento y debemos afrontarlo. Luego, había una idea que no la expresé, pero ahora puedo transmitirla con cierto coraje y humildad, como una súplica al creador: ninguna persona debería agonizar. Una aspiración difícil, que no pretende revelarse contra la voluntad de Dios, a quien rezamos que sea la suya y no la nuestra. Pero como pedido, es válido.

Volqué el enfoque hacia una segunda idea que sí estuvo en mi intención: agradecer a quienes nos acompañaron y a quienes de diferentes maneras nos manifestaron su solidaridad. Idea que estaba unida a que somos la suma de innumerables partículas, desde la biología que determina que somos producto de una parte de padre y madre, transmitiéndonos virtudes y defectos, que los agradecemos también. Precisamente tenía delante la rosa que el sacerdote utilizó para esparcir el agua bendita; era una rosa blanca que estuvo en el altar desde antes de iniciarse la ceremonia, que se conforma con una multiplicidad de pétalos mantenidos densamente concentrados en torno a un núcleo.

Se añade que, cada uno de quienes nos acompañaron, forman parte de nosotros; nos brindan algo de sí y nos alimentan. Principio filosófico que, si me permiten el atrevimiento, ya ensayé hace muchos años en un breve cuento que había titulado “esencia”, según el cual, nos alimentamos de todos aquellos con quienes interactuamos de manera trascendente, con quienes hemos compartido una manzana (simbólica o materialmente); o, parafraseando la canción de Lennon & McCartney, hay lugares y personas que todavía puedo recordar, que en mi vida he amado (ver In my life).

Cuando nos separamos del cuerpo físico, el espíritu retorna al universo en partículas que igualmente se congregan en el infinito, en una dimensión que nos resulta difícil de comprender porque está más allá de lo físico.

Mi madre tuvo algunos aspectos que la marcaron definitivamente. Uno de ellos fue su familia y, sobre todo, haber sido hija de un artista, lo cual también ha determinado nuestra sensibilidad. Así como ella fue siempre sensible a la belleza de un atardecer, de un paisaje, de las plantas y los animales. Siempre le gustaron las flores y particularmente las rosas; y, además, las rosas blancas con especial preferencia. Cabe acotar –para comprensión del lector y nota informativa para quienes no lo sabían–, siempre ofrendaba flores blancas en la tumba de su hija fallecida. Si bien he venido fotografiando flores desde tiempo atrás, por el mero gusto de admirarlas, estoy seguro que en adelante notaré la presencia del espíritu de mi madre en muchas de ellas.

Antes, la enfermedad y muerte de su padre –mi abuelo–, sin duda la marcó en relieve. Más tarde, otro hito que la marcó fue el fallecimiento de mi hermana Susy; hecho que, sin duda, también nos afectó a todos de diversas maneras. Y, lo dije, para mí significó perder también a mi madre en cierta medida, porque conservó perpetuamente un luto, que para nosotros era difícil de asimilar. Como dijo el sacerdote en la ceremonia, en realidad con la muerte de quienes amamos, se va también una parte de nosotros; en ese caso, en adición a mi hermana, también se fue una parte de mi madre. Esas partículas irremplazables que han formado también lo que somos.

Ya en estas semanas recientes se hizo evidente, para nosotros, que la muerte de mi padre también la marcaron; tanto, que varias veces me repetía: se fue mi vida, a quien más quería. Le fue muy difícil aceptarlo. Personalmente, guardo la hipótesis de que mi padre se adelantó a preparar el camino, la esperaba y la vino a llamar pronto; más allá de lo previsible del final.

Dejé de lado dos ideas, que en ese momento se me ocultaron de la retina. Hay una visión que yo considero pesimista, respecto a que el día que nacemos, en realidad inicia nuestro camino a la muerte. Así como hay quienes dicen que el cumpleaños no es un año más de vida, sino un año menos de los que nos quedan por vivir. La verdad es que ambas cosas guardan algo inobjetable.

La otra idea surge de una frase que recuerdo de una película: mucha gente muere sin saber si en realidad ha vivido (de hecho no sé a quién se la atribuye). En el caso de mi madre, ella supo que vivió y, lastimosamente, también lo conoció en función de sufrimientos; pero sería totalmente injusto definirla solo desde ese enfoque. Sabemos, eso sí, que el paso de la vida a la eternidad significó también el terminar con su dolor, malestares y sufrimiento; ahora descansa y todo aquello ya no está más.

No obstante, el día de ayer me permitió procesar varios comentarios respecto de la lucha de mi madre, que por muchos años se enfocó en la mala práctica médica y los derechos de los pacientes; me sentí orgulloso de saber que algunas personas guardan el recuerdo de una mujer valiente, luchadora, persistente, que en esa parte dejó también una marca.

Al final, el sacerdote tomó la rosa blanca que estaba cerrada y, luego de bendecir el agua, con ella la esparció sobre el féretro –como es la costumbre católica–. Fue inevitable percatarnos, y el Padre sorprendido también se fijó, cómo esa rosa ya no estaba igual, sus pétalos se abrieron y formaban un conjunto de otra dimensión, mostrando a plenitud una rosa que se abrió hermosamente. Gracias, madre mía, porque tu espíritu se manifestó para nosotros de esa manera tan especial.

 Omar Albán Cornejo

01/08/2023

sábado, 9 de marzo de 2019

ESTO NO ES APOLOGIA


Vivimos en un mundo muy competitivo. Quizá demasiado. Tal vez por eso creemos que era lo mejor tener Contralor 100 puntos …y ya ven (guiño). Si hay exámenes rigurosos para los postulantes a determinadas dignidades, parece que nos decepciona que sus calificaciones no sean perfectas, y creemos que a lo mejor hay otros que podrían ser superiores (pero no sabemos dónde están, o de pronto buscaríamos la raza superior), o que alguien se “quedaría de año” –como veía en Twitter–, o conflictúa que alguien se beneficie de un punto extra por acción afirmativa. Pero no es de eso de lo que voy a hablar, solo que la coyuntura nos da pautas.


Relaciono apología con el concepto jurídico. En mis palabras lo describo como predicar en positivo de algo que está proscrito, o que parece estarlo (por hoy, disculpen los más académicos). No se puede festejar un delito, ni promoverlo. Estoy de acuerdo, y por eso advierto: esto no es apología. 


Vengo con este tema en mente desde hace meses. Me impresionó lo que compartió en una red social un buen amigo. Se trataba de varias imágenes con comentarios orientados a derribar determinados paradigmas o desmentir dichos, como “lo que fácil llega, fácil se va”; y así, hablaba de los recientes millonarios del mundo, que habían obtenido su fortuna en diez años o menos (cuando antes podía tomar 20 o 30 años). No me pareció una lección óptima para los niños. La que más me afectó fue respecto de la conocida frase: “lo importante no es ganar, sino competir”; el comentario textualmente decía (solo omito alguna oración para no extenderlo demasiado):


“Esta frase sólo posiciona en la mente de los niños que no es importante ganar, siendo que lo es todo. Hacemos esto para bajarles la frustración, pero les activamos la mediocridad. (…) La vida no es para los participantes, sino para los ganadores.”


No me imagino enseñando a mis hijos que ganar lo es todo. Después degeneraría en: “hay que ganar a como de lugar”, y quién sabe en qué más. O, los que pierden no merecen vivir (como los gladiadores). ¡Tremendo!


Las estructuras mentales están orientadas, cada vez con mayor ímpetu, a generar sujetos excesivamente competitivos; luego, irrespetuosos, arrogantes, poco humildes, nada solidarios. El éxito es prevalecer por sobre el otro; lastimosamente a veces pisoteando a los demás, o denigrando. Y lo peor, cuando la política nos presenta escenas condenables como: quítate tú para ponerme yo.


Piensen en el siguiente ejemplo: en las carreteras o hasta en las calles de nuestras ciudades, hay individuos que no pueden estar atrás (no importa si hay autos en fila, si se aproximan a una curva, etc.). Personas que se creen con derecho a que el de adelante les abra paso (solo porque ellos están ahí y “hacen luces”), o que tienen la prerrogativa de exigir que el otro contravenga el límite de velocidad que ellos sí están dispuestos a hacerlo, y parece que lo otro es de pendejos (alguien puede decidir –a su riesgo–  infringir una norma, pero no puede obligar a que otro lo haga); o muestran su irrespeto para los demás que sí hacen fila junto al parterre para girar, cuando pasan por el costado y se creen con derecho de pasar por delante de los demás en doble fila. A veces, ir detrás también es una muestra de respeto. Ganar, no lo es todo.


Paradójicamente, los entrenadores, instructores y guías (coach en el lenguaje del milenio), insisten en el trabajo en equipo. Mas, puede ocurrir que el equipo empieza a deslucir cuando alguien quiere sobresalir o prevalecer, o cuando sólo se fincan esperanzas en la figura; o porque todo el mundo quiere ser el número uno. Hasta el último mundial de fútbol nos dejaba una lección entre líneas: quizá ya no es tiempo de las estrellas o individualismos (por allí se quedaron los equipos de Leo Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar).


No obstante, hay que rescatar un concepto que parece inmutable, se requiere liderzago. Hay diferentes tipos de liderazgo, se habla de uno colectivo y también se habla del liderazgo negativo. Es muy interesante. Pero, ¿liderazgo sólo se encuentra en el primero, en el más exitoso, en el que está delante, en “el más vivo”? En ese punto vienen a mi mente las imágenes de una competencia atlética, en la que un individuo (no recuerdo si era chica) se detiene para apoyar al competidor caído o que no podía más, y llegaron juntos(as). ¡Carajo, esa debería ser la verdadera lección que enseñen en toda escuela!


Hoy les invito a pensar que en cada competencia deportiva solo hay un campeón (por excepción hay empate, pero la medalla olímpica, por ejemplo, la obtiene uno(a) y son muchos los que compiten; hay cientos de grandes atletas de supremo mérito que han dado lo mejor de sí, y sin duda lo han demostrado para llegar a un evento de ese tipo. Pocos cientos tienen ese privilegio. Y decir “cientos”, en un mundo de miles de millones de individuos, es decir muy pocos.


La Biblia en algunos pasajes se refiere a los primogénitos (solo es un dato, tampoco lo vamos a convertir en un tema religioso). Sin embargo, reflexionemos que en cada familia solo hay un primogénito. En las charlas de motivación, por su parte, se citan casi por cliché más o menos los mismos ejemplos: que Stephen Hawking, Steve Jobs, Alberto Einstein, Teresa de Calcuta, Gandhi. Pensemos en Ecuador, ¿cuántos Luis Noboa Naranjo han existido? ¿Cuántos Jefferson Pérez? Evidentemente que uno solo. Varios de ellos son ejemplos de personas que padecieron dificultades y se superaron, llegaron a ser los mejores en su campo; pero pocas veces nos dicen: fueron únicos. Recuerden: en cada innovación, existe un solo pionero. ¿Eso significa que los demás son perdedores? No, definitivamente NO.


El tema, entonces, es que no todo sujeto puede ser Steve Jobs o Jefferson Pérez. Diferente es que haya un potencial o virtualidad hipotética, que llegará a verificarse en uno por cada X millones. El discurso, por tanto, debería enfocarse en el esfuerzo, en la superación y no en la obsesión del ejemplo único, que de hecho es excepcional.


Luego, el afán pernicioso de querer ser el mejor, el primero, puede ser lo que provoque frustración, sobre todo a los niños o jóvenes en formación. Un gran atleta puede vivir toda su vida obteniendo el segundo lugar en competencias de élite. ¿Es que aquello es malo? ¡De ninguna manera! Son tan buenos y exitosos como los primeros.

Tampoco vamos a festejar como campeón al que llegó tercero entre tres. Después todos quieren ser candidato a Alcalde (guiño).


Parece, entonces, que el mundo califica de perdedores a todos los que no sean la excepción. Eso resulta absurdo. Todos quieren ser jefes y nadie quiere ser subalterno. Pero ¿el mundo puede vivir sin subalternos? Desde luego que no. Deben educarnos para aceptar las alternativas, para que se formen con excelencia también los subalternos. Muchas grandes figuras de la historia se formaron como segundos, y solo eso les permitió, en determinadas circunstancias, llegar a ser primeros.


Para que haya un primero, debe haber un segundo. ¿Se imaginarían la música si solo se reconociera a los Beatles y no a los Rolling Stones? (guiño, no se enojarán).


Me parece de lo más injusto que se diga que el segundo es el primer perdedor. A ese nivel llega el discurso competitivo y puede generar más frustración que mérito.


Como somos duales, tampoco vamos a justificar los desvíos, pues en el discurso decimos a los niños que lo importante es participar, pero luego están los papás peleando en la escuela por la décima de punto que su hijo(a) “merecía” y lo colocaría encima del otro, y en ese contexto, a veces resulta perdedor el niño cuyos padres no hicieron lobby. ¿Así enseñamos justicia, equidad?


En un ambiente de aberración, ya no nos sorprende saber de funcionarios públicos, de elección popular o no, que apuran sus articulaciones para obtener desmesurados beneficios, haya o no mérito de por medio en la gestión, y quizá con el errado concepto de que la primera señal de éxito es ser millonario, y en la práctica con ese criterio de que ganar lo es todo.


Reivindico a los segundos, al pelotón, al equipo, a los honestos, a los que trabajan toda su vida y no tienen como único objetivo ponerse por encima de los demás, o ser millonarios y mientras más pronto, mejor. 

Omar Albán Cornejo